Mamá se fue de viaje.

Y lo volviste a hacer. Un día pediste ayuda a tu pareja para sacar un pasaje porque sola no podías. Le dijiste a tu amiga que ibas de visita. Organizaste una lista en google maps de lugares a los que ir. Te compraste dos libros que creías leerías completos porque ibas a tener tiempo de sobra, armaste las maletas y estabas lista para tomar el avión. Tenías miedo. De a ratos brotabas una felicidad adolescente e imaginabas como sería. Y al instante, volvías a tener miedo y empezabas a extrañar. Aún no te habías ido de casa y ya extrañabas. Te lanzaste a la aventura: te fuiste de casa cuatro noches. Sin ellos. Ibas ligera, sin peso y tu única responsabilidad era llegar a destino después de tomar un avión, un tren, un colectivo de dos pisos y caminar bajo la llovizna con tu maleta y el abrigo naranja. Nadie llamaba a tu nombre. Nadie distraía tu atención. Nadie te reclamaba. Podías leer cuantas páginas seguidas quisieras. Podías caminar a tu ritmo y distraerte con los letreros. Podías sentarte tranquila a tomar un café y hacer el plan a tu gusto. Había momentos que extrañabas e imaginabas un viaje con ellos. Volviste a tener conversaciones extendidas, conversaciones sin interrupciones. Juntaste caracoles y babosas con una linterna sobre tu frente recordando las salidas a pescar en un canal del delta. Recorriste museos, librerías, sacaste fotos, bailaste, comiste al ritmo de un turista, te perdiste y te volviste a encontrar caminando la city. Como antes, como hace ocho años atrás. Lo volviste a hacer y te propusiste no dejarlo de hacer nunca más. Un ratito para vos esta bien. Un ratito para ellos dos esta bien. Y cuando ya extrañabas mucho volviste a casa a abrazarlos y preparar la cena.

Siguiente
Siguiente

[nuevos comienzos]